Anagramas
Una revelación: soy un ardiente lector de la editorial Anagrama. Mis gustos, mis aficiones, mis paseos con mis hijos, los juegos con mis gatos... todo está condicionado por mis continuas lecturas de la editorial de Jorge Herralde. Siguiendo con el juego, diría que mi vida se va reescribiendo en el catálogo de esta editorial, y mi futuro dejará de leerse en la posición de los planetas y las líneas de mi mano. No sé si es un síntoma alarmante de falta de personalidad o buen gusto, aunque supongo que es mucho mejor que coleccionar premios Planeta (aunque, por otro lado, no quiero insinuar que los lectores de los premios Planeta, o los de Coelho, Dan Brown, o de Millenium sean unos zoquetes... que va, que va, al contrario, muchas veces es la plebe la que nos desvela el futuro con sus ojos visionarios, y los esnobs y lectores finenganianos como yo somos los que desperdiciamos el tiempo en insufribles novelas raritas bendecidas por reputados críticos). Es mentira, me encanta Ángeles Caso y Paulo Coelho y jamás he leído al sr. Joyce o a Beckett, pero pensé que a lo mejor alguna intelectual pasaría por aquí a pedirme una cita.
Bueno, a todo esto, el motivo de esta reaparición era hacerles una lista (yo es que soy muy amante de estas cosas, por lo que espero que me perdonen) de las novelas de Anagrama que más me han gustado. Así aprovecho para celebrar el aniversario de Anagrama, y confiar en que alguien se guíe por mi buen gusto, y descubra alguna de estas novelas. Ahí tenéis (sin ningún orden especial).
La vida, instrucciones de uso de Georges Perec. Un plato fuerte, para empezar. ¿Los delirios lúdicos de un francés con barba de chivo?, ¿empanadas filosóficas disfrazadas de literatura? No os asustéis, éste es un cofre lleno de hermosos regalos. Bajo su aparente juego, o disfraz experimental, se vislumbra una ofrenda de amor a la literatura y su capacidad de contar historias o narrar vidas, de amor a las palabras, a las cosas, a los objetos enterrados, y construir con ellos hermosos prodigios. También es una oportunidad para cultivar la paciencia en estos tiempos de apetito atroz, leyendo una historia sobre la imposible pasión de concebir un puzzle hecho de paisajes portuarios.
Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. O cómo pasar de la amabilidad de un paseo en barco por la literatura de Perec, a verse nadando en un océano en medio de tiburones. Y es que a la literatura le pedía Bolaño peligro, y sus últimos años de escritor tienen algo de eso, supongo. Sus novelas no son especialmente difíciles, de ahí que tenga tantos buenos lectores atrapados por el vértigo de su estilo y por su escandaloso humor. De esta obra ya hablé en otra ocasión. Si nadie me leyó, es culpa suya. De la literatura hispanoamericana también recomiendo sin reservas a Vila-Matas (ahora desligado de la editorial, a la que ha dado un sinfín de maravillosas obras), y, después, si queréis, a otros como Ricardo Piglia, Sergio Pitol, La sinagoga de los iconoclastas de Rodolfo Wilcock o a Alejandro Rossi.
La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Un clásico. Y la prueba de que a veces los clásicos pueden servirnos de guía literaria. Ignatius Reilly, Patrullero Mancuso y otros extravagantes personajes desfilan por una de las novelas más divertidas que he leído nunca. La única duda es que he notado que parece gustar más a los hombres que a las mujeres. No sé si es que su humor es para camioneros peludos como yo. Otros bastardos norteamericanos que han pasado por Anagrama y que también son muy recomendables son éstos: John Fante, Charles Bukowsky, Richard Brautigan, Donald Barthelme, William Burroughs, Alexander Trocchi o el periodista gonzo Thompson. En el lote también podéis meter al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. Como para pervertir a una santa.
Biografía del hambre de Amelie Nothomb. Lo mejor que se puede decir de la escritora belga y su personaje es que es una megalómana poseída por el espíritu infantil de fascinación por el yo, y el asombro por las figuras cercanas (la adorada hermana). Ahora bien, posee un espíritu valiente capaz de contaminarse por todas las cosas. Y en esa transformación hay siempre deseo, metáfora y, por tanto, metamorfosis, que es una de las cosas que más me fascina de la ficción, desde Kafka a Bruno Schulz, de Ovidio a Apuleyo, o del mismo Vila-Matas, con toda la capacidad de la literatura para reinventarnos.
Una cuestión personal de Kenzaburo Oe. Pequeña novela semibiográfica y terriblemente cómicotrágica (jaja, cuánto palabrajo seguido) acerca de las angustias de un hombre que se ve sometido a la desgracia de ser padre y engendrar a un hijo monstruoso ("soy el padre del monstruo"), mientras emprende una fuga con amantes y fantasías africanas. No os digo más. Siguiendo otros escritores amantes de lo grotesco, no quiero dejar de recomendar toda la obra de Thomas Bernhard, del que hace unos meses Anagrama editó varias obras agrupadas bajo el título Relatos autobiográficos.
Dos damas muy serias de Jane Bowles. Una de las novelitas más excéntricas jamás escrita. Trata de dos mujeres nada serias en plena fuga de sus vidas. Los encuentros casuales de estos dos espíritus inquietos se revelan como caricaturas si no es porque nos lo cuenta de forma seria, como si la cosa más estravagante del mundo fuera digna de respeto. Una novela que divierte y fascina al mismo tiempo, del mismo modo que nos plantea qué podía traslucir en realidad de la vida de la que fue la mujer del escritor Paul Bowles, una pareja errante como los que aparecen por esta historia. El territorio exótico y algo excéntrico puede recordar a otra escritora que editó Anagrama: Jean Rhys y su Ancho mar de los Sargazos. Otra novela divertida que también quiero recomendar aquí es ¡Noticia Bomba! del escritor Evelyn Waugh.
Pálido fuego de Nabokov. Títulos mayores como Lolita o menores como Risa en la oscuridad (un perverso suspense casi cinematográfico, muy divertido y con muy mala leche) también son recomendables. Pero éste es tal vez la mejor (olvídense de Ada o el ardor, hasta que cumplan 80 años... bueno, es broma). Con el mejor estilo irónico del que era capaz Nabokov, nos narra la obsesión de Charles Kinbote (una de las creaciones más esperpénticas vista, más pirado aun que Humbert de Lolita, y digna de cualquier historia de Bustos Domecq) por el legado del poeta John Shade, y donde la obsesión por su obra y su fascinación por el personaje, que roza lo homoerótico, nos va descubriendo (formidable autorretrato donde el genial Kinbote consigue hacernos creer aquello que no pretende) toda la mezquindad que pueda caber en un ser humano.
Por último, El buda de los suburbios de Hanif Kureishi. La novela que más me ha gustado de toda la generación de novelistas ingleses que tanto se han prodigado en Anagrama (los Amis, Barnes, Ishiguro, McEwan...). Espléndida travesía de un jovencito por el Londres multiétnico en plena época del glam y la posterior emergencia del punk. La leí hace algún tiempo, y no recuerdo mucho más, salvo que me encantó su protagonista, un chico lleno de deseo, descubrimiento o pathos. Esto es lo que yo entiendo por literatura pop, más que escritores como Mañas y otros.
Bueno, a todo esto, el motivo de esta reaparición era hacerles una lista (yo es que soy muy amante de estas cosas, por lo que espero que me perdonen) de las novelas de Anagrama que más me han gustado. Así aprovecho para celebrar el aniversario de Anagrama, y confiar en que alguien se guíe por mi buen gusto, y descubra alguna de estas novelas. Ahí tenéis (sin ningún orden especial).
La vida, instrucciones de uso de Georges Perec. Un plato fuerte, para empezar. ¿Los delirios lúdicos de un francés con barba de chivo?, ¿empanadas filosóficas disfrazadas de literatura? No os asustéis, éste es un cofre lleno de hermosos regalos. Bajo su aparente juego, o disfraz experimental, se vislumbra una ofrenda de amor a la literatura y su capacidad de contar historias o narrar vidas, de amor a las palabras, a las cosas, a los objetos enterrados, y construir con ellos hermosos prodigios. También es una oportunidad para cultivar la paciencia en estos tiempos de apetito atroz, leyendo una historia sobre la imposible pasión de concebir un puzzle hecho de paisajes portuarios.
Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. O cómo pasar de la amabilidad de un paseo en barco por la literatura de Perec, a verse nadando en un océano en medio de tiburones. Y es que a la literatura le pedía Bolaño peligro, y sus últimos años de escritor tienen algo de eso, supongo. Sus novelas no son especialmente difíciles, de ahí que tenga tantos buenos lectores atrapados por el vértigo de su estilo y por su escandaloso humor. De esta obra ya hablé en otra ocasión. Si nadie me leyó, es culpa suya. De la literatura hispanoamericana también recomiendo sin reservas a Vila-Matas (ahora desligado de la editorial, a la que ha dado un sinfín de maravillosas obras), y, después, si queréis, a otros como Ricardo Piglia, Sergio Pitol, La sinagoga de los iconoclastas de Rodolfo Wilcock o a Alejandro Rossi.
La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Un clásico. Y la prueba de que a veces los clásicos pueden servirnos de guía literaria. Ignatius Reilly, Patrullero Mancuso y otros extravagantes personajes desfilan por una de las novelas más divertidas que he leído nunca. La única duda es que he notado que parece gustar más a los hombres que a las mujeres. No sé si es que su humor es para camioneros peludos como yo. Otros bastardos norteamericanos que han pasado por Anagrama y que también son muy recomendables son éstos: John Fante, Charles Bukowsky, Richard Brautigan, Donald Barthelme, William Burroughs, Alexander Trocchi o el periodista gonzo Thompson. En el lote también podéis meter al escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. Como para pervertir a una santa.
Biografía del hambre de Amelie Nothomb. Lo mejor que se puede decir de la escritora belga y su personaje es que es una megalómana poseída por el espíritu infantil de fascinación por el yo, y el asombro por las figuras cercanas (la adorada hermana). Ahora bien, posee un espíritu valiente capaz de contaminarse por todas las cosas. Y en esa transformación hay siempre deseo, metáfora y, por tanto, metamorfosis, que es una de las cosas que más me fascina de la ficción, desde Kafka a Bruno Schulz, de Ovidio a Apuleyo, o del mismo Vila-Matas, con toda la capacidad de la literatura para reinventarnos.
Una cuestión personal de Kenzaburo Oe. Pequeña novela semibiográfica y terriblemente cómicotrágica (jaja, cuánto palabrajo seguido) acerca de las angustias de un hombre que se ve sometido a la desgracia de ser padre y engendrar a un hijo monstruoso ("soy el padre del monstruo"), mientras emprende una fuga con amantes y fantasías africanas. No os digo más. Siguiendo otros escritores amantes de lo grotesco, no quiero dejar de recomendar toda la obra de Thomas Bernhard, del que hace unos meses Anagrama editó varias obras agrupadas bajo el título Relatos autobiográficos.
Dos damas muy serias de Jane Bowles. Una de las novelitas más excéntricas jamás escrita. Trata de dos mujeres nada serias en plena fuga de sus vidas. Los encuentros casuales de estos dos espíritus inquietos se revelan como caricaturas si no es porque nos lo cuenta de forma seria, como si la cosa más estravagante del mundo fuera digna de respeto. Una novela que divierte y fascina al mismo tiempo, del mismo modo que nos plantea qué podía traslucir en realidad de la vida de la que fue la mujer del escritor Paul Bowles, una pareja errante como los que aparecen por esta historia. El territorio exótico y algo excéntrico puede recordar a otra escritora que editó Anagrama: Jean Rhys y su Ancho mar de los Sargazos. Otra novela divertida que también quiero recomendar aquí es ¡Noticia Bomba! del escritor Evelyn Waugh.
Pálido fuego de Nabokov. Títulos mayores como Lolita o menores como Risa en la oscuridad (un perverso suspense casi cinematográfico, muy divertido y con muy mala leche) también son recomendables. Pero éste es tal vez la mejor (olvídense de Ada o el ardor, hasta que cumplan 80 años... bueno, es broma). Con el mejor estilo irónico del que era capaz Nabokov, nos narra la obsesión de Charles Kinbote (una de las creaciones más esperpénticas vista, más pirado aun que Humbert de Lolita, y digna de cualquier historia de Bustos Domecq) por el legado del poeta John Shade, y donde la obsesión por su obra y su fascinación por el personaje, que roza lo homoerótico, nos va descubriendo (formidable autorretrato donde el genial Kinbote consigue hacernos creer aquello que no pretende) toda la mezquindad que pueda caber en un ser humano.
Por último, El buda de los suburbios de Hanif Kureishi. La novela que más me ha gustado de toda la generación de novelistas ingleses que tanto se han prodigado en Anagrama (los Amis, Barnes, Ishiguro, McEwan...). Espléndida travesía de un jovencito por el Londres multiétnico en plena época del glam y la posterior emergencia del punk. La leí hace algún tiempo, y no recuerdo mucho más, salvo que me encantó su protagonista, un chico lleno de deseo, descubrimiento o pathos. Esto es lo que yo entiendo por literatura pop, más que escritores como Mañas y otros.
Comentarios
Un abrazo.