Me and the Devil Blues

 

El otro día me encontré al diablo mientras paseaba de noche en una de las calles solitarias de mi barrio. Coño, Diablo, ¿cómo tu por aquí, qué se te ha perdido por estas calles del extrarradio, le pregunté? - He venido a pillar, me contestó - ¿A pillar qué, le pregunté? - A pillar, droga, claro y a algún incauto que quiera intercambiar su alma por algún don.
Joder, pensé, esta es la mía. Oye, ¿entonces yo podría... ya sabes, vender mi mugrienta o andrajosa alma por el don que más desee?
-Sí, coño, lo que quieras. Aprovecha, aprovecha... Por cierto, vigila que no pase la pasma.
-Ah, vale... pero... ¿esto se tiene que acordar ya? ¿no podría tener unos días para pensármelo? No quiero precipitarme sobre esta cuestión. Al fin y al cabo, no todos los días...
 
Total, que nos intercambiamos los teléfonos y me prometió llamarme no sin hacerme firmar un precontrato con cláusula de permanencia.
 
Una semana más tarde
 
Acaba de llamar al porterillo el Diablo, acompañado de un notario, y ya los oigo jadear subiendo las cinco plantas (el ascensor lleva una semana averiado). Estoy algo nervioso porque es la primera vez que le vendo mi alma al diablo. Supongo que os estaréis preguntando a qué precio he vendido mi alma. Bueno, pensaréis, seguro que a cambio de juventud eterna o salud perpetua, de dinero, o de amor. No, nada de eso, qué poca imaginación tenéis. Me decepcionáis sugiriendo vender mi alma por tales miserias, por cosas tan mundanas y sobrevaloradas.
 
¿Tal vez inteligencia, entonces? Bueno, supongo que eso me vendría muy bien. Pero aparte de la excitación inicial de ser una wikipedia con patas, creo que terminaría aburriéndome. Me veríais todas las semanas de tertuliano en La Sexta y en los programas de Iker Jiménez. Participaría en todos los foros mundiales del medioambiente o de la paz (como un Greta Thunberg, pero a lo bestia). También asesoraría a todos los gobiernos mundiales, y los grandes líderes, las grandes empresas y monopolios, y las agencias de inteligencia se matarían entre sí por hacerse con mis servicios. Y en mi retiro doméstico, me habría convertido en el Gran Cuñado de la familia, aquel al que todos acudirían en busca de consejo o ilustración... ay, pero pronto me cansaría de resolver todos los problemas del mundo, los teoremas matemáticos imposibles, y los grandes enigmas del universo que durante siglos se plantearon los mayores filósofos. Al cabo de los años, todo me resultaría aburrido. Las películas, las series y documentales me aburrirían sin remedio, los libros se me caerían de las manos, cualquier conversación con los más sabios del mundo me arrancaría enormes bostezos, y moriría de hastío y asco.
 
¿Talento entonces? ¿Y eso para qué sirve? Reconozco que de pequeño quise ser un gran futbolista, pero ya con 46 años he gastado los cartuchos y ahora no creo que me fichasen ni para el Celta de Vigo. También podría ser un famoso actor o escritor, pero creo que me cansaría de los halagos y de conceder entrevistas. Además, el talento está algo sobrevalorado y genera muchas antipatías. Que se lo digan a Pérez Reverte o a Javier Marías. En fin, empiezo a pensar que tenéis poca imaginación, además de ser bastante materialistas en pensar solo en cosas vulgares, temporales y vanas.
 
Bueno, os dejo que ya están llamando a la puerta. Ah, perdón ¿que qué he escogido? No me tachéis de superficial, pero he decidido finalmente ser guapo. Sí, como oís, ser guapo y que la gente diga, oye, mirad, qué hombre más guapo, o que las tenderas y cajeras me suelten piropos, y los maricones me pellizquen el culo. Además, creo que en ser guapo hay algo de virtud o superioridad moral (son dos dones por una sola alma, salgo ganando). Quiero ser guapo y cantar bien, como Robert Johnson, eso es lo que me gustaría. Si no os complace mi elección, buscad vosotros mismos al diablo.
 
Buenos días, pasen, pasen...

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