La gran belleza, de Paolo Sorrentino
Rodada con gran maestría y con el hechizo suficiente como para recomendar a cualquiera esta experiencia cinematográfica, "La gran belleza" me ha provocado, no obstante, cierto desencanto: como si toda esa belleza no acabara de embriagarme. Como sátira social de la clase ociosa y rica de Roma, me parece una obra limitada, llena de lugares comunes y con un cierto gusto por lo caricaturesco o lo guiñolesco. Por fortuna, está claro que existe un contrapunto en el tema fundamental del film: la búsqueda de la belleza en todas sus formas, como remedio al hastío de una vida gastada en los placeres materiales y en la nostalgia de un amor juvenil perdido. Sin embargo, siento que esos dos mundos del desencantado Jap Gambardella nunca acabaran de reconciliarse, como si lo grotesco hubiera contaminado o emponzoñado esas maravillosas imágenes de obras de arte en clarooscuro, quebradizas santas o la mudez de tantos siglos sobre las ruinas de la vieja y hermosa ciudad. No hay suficiente tensión o dialéctica entre la belleza y la miseria, entre la crisis espiritual del hastiado protagonista, y los ridículos placeres de la aristocracia social o cultural: una cita frustrada entre Fellini e Ingmar Bergman en las viejas calles de Roma.
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