Jagten (La caza), de Thomas Vinterberg

No es fácil digerir el tormento al que someten al protagonista de este drama (un Mads Mikkelsen formidable, en una terrorífica reencarnación de un moderno Job). El núcleo del relato estalla en pedazos ante la potencia de esas imágenes, más allá de la corrupción de la inocencia infantil o de la intransigencia y violencia de los prejuicios de una comunidad. El terrible pathos que encierra solo es recompensado por la enorme fuerza de dignidad estética, su gigantesca estatura artística. Es una lección de cine puro. Cualquier reflexión sobre esta especie de parábola moderna sobre el inocente condenado y expulsado de su comunidad no agota las posibilidades de este film. Imposible encerrarlo o limitarlo por cualquier juicio o sentimentalismo alguno. Sólo queda hundirnos junto al apátrida en ese naufragio moral. La fortaleza interior del condenado y su dignidad nos conmueven hasta el clímax de su media hora final: una protesta en la casa de Dios que parece quebrarnos desde dentro, en contraposición a la belleza angelical de un coro infantil.

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