Jo, Qué noche de Scorsese



Me gusta la fotografía del cine de los setenta, con sus tonos apagados, sucios, desvaídos, poco brillantes, en la que muchas veces una música de jazz alumbraba obsesiva un paisaje gris, como en bocanadas mugrientas de luz. En plena crisis del cine (la crisis económica hacía estragos como ahora), las películas pierden algo de color, los actores y actrices no acostumbran a ser tan guapos (sirva como ejemplo Gene Hackman), e interpretan a personajes poco heroicos. A su vez, los temas dejaron de a ser angélicos (resurgen las películas sobre drogas, corrupción y tramas políticas -el cine de Sydney Pollack o de Costa-Gavras, por ejemplo-, al calor de los escándalos políticos y de guerras como la de Vietnam), y es además la década dorada del porno, y los comienzos de la degradación del cine de terror -ese aliento maligno y frío que expulsaban los protagonistas del Exorcista no tenía parangón hasta entonces-.

Jo, qué noche (1985), una de las mejores películas de Martin Scorsese, puede considerarse deudora de lo que fue ese cine opaco, reverso del technicolor, de los setenta, pero ya poseída por la mirada irónica de los ochenta. A pesar de ese título tan setentero y con aire de glamour urbano (hoy se confundiría con cualquier comedia familiar), se revela más como una contrafigura de esas películas hedonistas que tenían a la noche como protagonista, aunque narrada de una forma cómica, disparatada y, claro, pesadillesca.

El mérito de Scorsese es mostrarnos de forma amable e increíblemente cómica (sólo por eso la película es sobresaliente), las peripecias de un anodino funcionario en busca de diversión y sexo nocturno por los barrios bajos de Nueva York. Pero bajo ese registro amable, disparatado, After Hours (su título original) supo reflejar -no sé si de forma consciente- parte de los terrores urbanos, tal como fueron mostrados y explotados magistralmente por otras fantásticas mentes como la de David Lynch, John Carpenter (del que me gustaría hablar en otro momento), David Cronemberg o el mismo Scorsese (Taxi Driver por ejemplo). El cine fantástico de los ochenta trasluce parte de ese terror urbano de ese individuo enfermizo, inseguro, segregado, poseído por temores cada vez más intangibles donde se mezclan el miedo a la violencia urbana, el terrorismo, o las enfermedades contagiosas (el Sida como antídoto contra la liberación sexual prometida), y que aíslan cada vez más al individuo, que sólo encuentra en el hogar y el trabajo su único refugio.

¿Una comedia? Claro que sí, pero en medio de un aire de extrañeza, bajo notas disonantes, como en el escenario hipnótico de una película de Lynch. Probad a verla, a reíros de vosotros mismos, y con vuestra risa atroz, ahuyéntaréis por unos momentos vuestros miedos


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