Con las mejores intenciones


Todos los que odiamos viajar en avión, nos hemos visto alguna vez en la situación de estar volando en esos aparatos en medio de una serie de perturbaciones atmosféricas que duran más de lo deseado, y echando fugaces miraditas a los de delante o a los de al lado, para ver si siguen leyendo la revista cultural de la compañía aerea, o si ya están rezando; e incluso, cuando ya las perturbaciones empiezan a ser DRAMÁTICAS, observando de forma neurótica la ventana por si vemos al comandante y las azafatas en el hermoso espectáculo de descender en paracaídas entre los nubarrones. Al final, suena el timbre del altavoz y uno se imagina que dirán: queridos pasajeros, nos vamos a estrellar, a continuación podrán disfrutas de nuestros obsequios de a bordo... no, es sólo el comandante diciendo que son unas simples perturbaciones, bla, bla, bla, que pasaremos dentro de poco, y mierda, ayúdame a ponerme el dichoso paracaídas... En fin, os deseamos que hayan pasado un feliz viaje, y esperamos volver a tenerles a bordo en nuestra compañía... y una mierda.

Seamos optimistas, dejemos el pesimismo para tiempos mejores
Graffiti

Por desgracia, para muchos el 2008 ha sido algo parecido a un vuelo sin motor, y, parece que en 2009 tendremos que coger el mismo avión. Habrá voces que dirán, esecialmente los políticos, y los gurus de los medios, que son sólo unas perturbaciones, otros se reirán de la crisis, y de ese chiste largo que es el capitalismo, y otros recordarán que es el año del éxito de la Eurocopa, de Winbledon, etc. y del fracaso del Chiquilicuatre. Y a seguir disfrutando. En fin, ahora que llegamos a fin de año, y se avecinan los inevitables resúmenes, el casposo discurso de la realeza, y el también casposo disurso de los líderes religiosos, todos nos habremos puesto de acuerdo en ponerle nombre a este año. Y ante la crisis, saldrán de debajo de las piedras o como setas entre la mierda vacuna los profetas del desastre a profetizarnos el fin del mundo y el regreso a las cavernas. Y es que en la sociedad del espectáculo, de la publicidad y del consumo inmediato en la que vivimos, las ideas más genuinas y retrógradas parecen convivir perfectamente en este orden capitalista que todo lo consume y defeca, donde todo es desechado, envejece, y luego recuperado, y devuelto en esta cadena infinita de consumo (no, no estaba pensado en Raphael). El consumidor, atrapado en un mundo virtual de pobreza y escombros materiales, se ve compelido a digerir, enfermo de bulimia y jamás saciado, toda esta enorme variedad mercantil de discursos en conflicto. Es el mundo de la gratificación inmediata, una vuelta colectiva a la infancia...

Yo mismo, que padezco todos estos males que he ido mencionando, voy a intentar llegar a conclusiones más esperanzadoras. A pesar de estar determinados culturalmente por estos impulsos judeocristianos de tipo finalista, o escatológico, debemos evitar creer que nuestro mundo (y con el nuestra cultura, arte, valores, etc.) es mucho peor que el mundo de ayer, o el punto de vista contrario, el de un esnobismo de la civilización, por lo que cuanto más compleja tecnológicamente sea una cultura, mayor es el progreso y la felicidad asociados.
Refugiarse en un mítico pasado, o vivir encerrado en esa cadena de consumo e idolatría tecnológica parecen ser las dos posturas que nuestra tribu se ve obligada a elegir. Tampoco se trata de suspender todo juicio, pues es posible discernir aquello que nuestra generación ha ganado, y aquello (ay!), que hemos perdido (no hacen falta muchos ejemplos: el desastre ecológico, y la multiplicación y mejora técnica de la capacidad destructiva de nuestra raza, y la rebelión de nuestro hábitat en forma de deterioro del planeta, y de nuevas enfermedades que nos afligen y otro tipo de desvaríos mentales, por no hablar de la facilidad de nuestro sistema económico de generar enormes desigualdades entre pobres y ricos, y que se perpetua muchas veces en guerras mucho más refinadas y sanguinarias que las de a garrotazos de antaño). Es casi una ley de la alquimia: es difícil ganar algo sin perder algo a cambio, y en la llamada tecnología tenemos una poderosa fuerza que alimenta todo tipo de placeres y temores. Es por eso que el ser humano ahora sueña con coches, aviones, ovnis, ascensores y ordenadores (vale, y con ovejas eléctricas si queréis).

En definitiva, y para que esto no parezca un tratado sobre el malestar de la cultura: desconfiad de todos los juicios alarmistas, de los esnobs, y de los reaccionarios, de los pesimistas y de los optimistas del presente y del pasado, de los nostálicos, de los profetas del desastre y, sobre todo, os deseo un feliz 2009.

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