Misterios de América





Porque la caratula y el título del disco recuerdan al comienzo de Terciopelo azul de David Lynch, y porque Anna Domino es mi cantante favorita para sonar en cualquier película de Lynch. Simplemente por eso, cada vez que oigo Mysteries of America, un disco de canciones de amor, me pregunto por qué se me ocurre pensar que sería la banda sonora perfecta para una película de sexo morboso y terror psicópata.

Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) es una de las mayores mascaradas firmadas por David Lynch, en la que bajo la apariencia de thriller, se representa otra historia repleta de humor negro, y con una ironía tan manifiesta (esos diálogos de enamorados, la descripción hecha a trazos vastos del psicópata Dennis Hopper -con su máscarilla de oxígeno, su bourbon, su complejo de Edipo, y toda su mala hostia-) , pero cuyo mayor acierto es que esa ironía está hecha para pasar inadvertida para los espectadores (vamos, no me vayáis a decir que os habíais creído que todo eso iba en serio). Funciona pues con un doble registro, uno más superficial, donde unos adolescentes se adentran en un escenario intentando resolver una trama de secuestros, crímenes y corrupción policial. Y uno más profundo, donde lo aparente (el amor entre dos adolescentes, la fascinación por un mundo oscuro del joven Kyle MacLachlan, testigo involuntario desde el armario de las violaciones del psicópata a la cantante de club) no es más que un territorio donde se confunde lo malvado y lo inocente, y donde la locura y la cordura son polos a veces no tan opuestos.

Vuelvo otra vez a las canciones de Mysteries of America, y pienso ahora que tal vez no se parecen a nada, ni a una película, ni a ningún disco de los ochenta, ni a ningún artista, ni a ninguna de las canciones de amor. Es entonces que me siento en el vacío, y trato de suspenderme en la banda sonora de Terciopelo azul donde suenan las canciones de Julee Cruise o de Anna Domino; y ahora que estoy suspendido en el vacío, me cuelo en la habitación de Dorothy Valens, y siento que es una música tan limpia y tan maravillosamente hecha con amor, que podría pasar sin rozarla a través de la carne de Isabella Rossellini, con su carne blanquísima, sus labios y sus tacones rojos, y su ropa interior y peluca negra. O puede que sea también peligrosa como Frank, morbosa como Beaumont, o decadente como el personaje interpretado por Dean Stockwell. Por eso Mysteries of America es un extraño canto de amor a Norteamérica, a la tierra donde hasta los psicópatas y los enfermos creen en el amor, y en la tersa belleza de la canciones de Roy Orbison, y donde los inocentes juegan a detectives, espían desde los armarios los juegos morbosos de los hombres peligrosos, y se refugian en un mundo falso donde hasta los jilgueros no parecen jilgueros. Esos son, me digo, los misterios de América de Anna Domino y de David Lynch, y de las películas de Kubrick, y de Scorsese, o de las canciones de Beach House... un mundo extraño donde hasta los asesinos y los inocentes se encuentran, donde hasta los enfermos como Dorothy Valens se sienten atraídos por los cielos azules, y por la inocencia adolescente, y los inocentes como Beaumont sucumben al tacto del terciopelo y de las peligrosas habitaciones moquetadas. Un mundo extraño donde incluso las películas de David Lynch tienen un final feliz.




En el mundo ideal de David Lynch deberían sonar las canciones de Anna Domino, Virginia Astley, Kate Bush, Antena o Cocteau Twins. Las habitaciones de Terciopelo Azul, Mulholland Drive, Carretera perdida, o Inland Empire se ventilarían, y el aire se renovaría en una atmósfera limpia de maravillosas canciones. Pero eso debería decírselo su psicólogo. No yo.

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