Gracias por no leer

Cuando a finales del año pasado salió Zebra, el tercer disco largo de Anari, recordé lo que nos enseñan los documentales de la 2 sobre las rayas de las cebras, que tienen como finalidad descomponer su silueta contra el horizonte, confundiendo a los depredadores. Creí probable que sirviera como metáfora de esta chica acostumbrada a mostrar en entrevistas cierto distanciamiento al verse caricaturiza con trazos gruesos a causa de las categorías naturales o a las proximidades accidentales que comparte (ser mujer, compositora o cantautora, vasca, y que se expresa en lengua euskera), y cierto temor a que las canciones queden encerradas o cartografiadas en otros mapas del mundo, heridas al tacto, como una mariposa, al recorrer con los dedos la piel de las canciones. Hasta los intentos de evitar esos lugares comunes produce cierta incomodidad: Cantautora ajena a los clichés, o cantautora Rock, Vasca conjugando Tradición y Modernidad, Compromiso estético...





No me extrañaría que Anari tenga, pues, complejo de pieza de zoológico, la sensación extraña (kafkiana, diría de forma pedante) de sentirse un insecto en las manos de un entomólogo o de un coleccionista cuyo destino sea formar parte, junto a otras especies, de una lepidoteca. Con un nombre creado para ella, que desde entonces será aceptada en los colegios científicos, utilizada en los archivos policiales, en los museos y en las bibliotecas, donde los investigadores futuros disfrutarán de la precisión con la que el investigador había satisfecho su afán clasificador. Ese esfuerzo podría comprobarse en las enciclopedias naturales, podía encontrarse en todas las guías de campo que nos hablarían de su descripción (intensidad, rocoso, emocional...), de su hábitat (el norte de la Península ibérica), o de su reproducción (irregular, a veces cada tres años, a veces cada cinco...)



Incluso sus canciones, que se nutren sobre todo de los aspectos más conflictivos de las relaciones personales, hablan de huir, de sumergirse, de volar (y descubrir que hasta los árboles se desplazan como en las fábulas), de sentir el peso, el ahogo, la sensación de verse capturado en las relaciones (del tipo que sean), como un pájaro en una red, o de saberse acosado por las certezas. Describir es clasificar, formar parte del museo de nuestras relaciones (hechas necesariamente de prejuicios y de máscaras, de personas). No querer participar es negarnos a que nos reconozcan, a que nos sancionen como persona, que nos re-conozcan como sujeto dignos de valor, que nos otorguen lo más sagrado: el derecho a existir para ellos. La consecuencia de esa negación es el exilio.

Ya no temo a la bestia, ahora temo el bosque
Temo más lo conocido, que lo desconocido

Cuando el hombre sale de la comunidad en que vive, si se extravía en la naturaleza, el terror viene a su encuentro. Si se aparta de la comunidad y queda a solas, se espanta a sí mismo. Una estrecha franja le permite vivir libre de terror, una especie de puente en que se mantiene igual distancia de la naturaleza y de aquello que se siente ser, sin verse a solas. La naturaleza visible aun sin bestias que lo acechen, ni cambios que lo sobrecojan, por ser visible del todo, por estar como en presencia extendida, por ser indefinitivamente abierta, espanta; por ser materialización o configuración del espacio, de un espacio que subsiste siempre bajo las cosas; un espacio que sentimos puede borrarlo todo; que permite tan sólo que las cosas estén ahí. La inicial muerte que sostiene la vida.

honek ez nau hainbeste aldatu
zebra naiz oraindik
lehen zuria marra beltzez
orain, berriz, beltza marra zuriz

Mas nada de esto ha podido conmigo,
sigo siendo cebra
Antes blanca con rayas negras,
Ahora negra con rayas blancas


Primariamente, pues, de la comunidad nos viene la seguridad y la certidumbre, la tranquilidad al menos, de tener un papel, una función, de sabernos como aquel que hace esto o lo otro, que es hijo de alguien, que desempeña tal función o lleva tal título, que tiene, en suma, asignado un lugar, un nombre y una figura reconocible por todos los demás. Y a esta seguridad tranquilizadora corresponde la angustia que nos acomente cuando entramos en una sociedad donde no somos reconocidos, por no tener con ella ningún vínculo, ni desempeñar en ella función alguna. Esta sociedad, entonces, se toma análoga a la naturaleza; como ella, se presenta visible, exterior, al modo de un espectáculo del que sólo podemos gozar si aceptamos nuestra situación de estar de ella excluidos

Anari /María Zambrano






Pensé también que podía recordar algunas frases de Dubravka Ugresic, que ha escrito uno de los mejores libros que uno ha tenido el placer de leer fortuita y afortunadamente estas últimas semanas: "Gracias por no leer" (y seguidamente claro está "El Museo de la Rendición Incondicional"), donde habla entre otras cosas (temas que se van trenzando de forma natural, como una charla con un amigo entre tazas de café), de las contradicciones del oficio de ser escritor, ya sea en el llamado socialismo o en la democracia de mercado, de la condición de exilio (el exilio es una tarea voluntaria en la que se desmontan los valores de la vida humana), de la invisibilidad, de no tener biografía personal o colectiva, ni memoria, ni pasaportes literarios, y de vivir el exilio como un refugio, como un hogar.

Todos somos escritores de algo o de alguien, todos pertenecemos a alguna nación, todos escribimos en alguna lengua ¿Para qué molestarse por un ejemplo estadísticamente insignificante de la disfunción de las identidades nacionales (...) Es que eso, sólo un nombre, resulta el mayor de los reconocimientos literarios a que puede aspirar un escritor

Comentarios

pablo rosenzvaig ha dicho que…
otra sorpresa notable aparte de chinarro......metete a www.super45.cl en la seccion columnas la que se llama del egoismo y todo sus bienes y leeras una bonita anecdota de cuando tuve que entrevistar a mark eitzel.....saludos
Anónimo ha dicho que…
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